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Laxaþjóð | A Salmon Nation

Unsere Beziehung zur Natur definiert nicht nur unsere Geschichte, sondern prägt auch unsere Zukunft. Doch unter der Oberfläche der Fjorde Islands droht eine Methode der industriellen Fischzucht einen der letzten verbliebenen Orte der Wildnis in Europa zu zerstören. „Laxaþjóð | A Salmon Nation“ erzählt die Geschichte von Island, das durch sein Land und seine Gewässer vereint ist. Und von dem Einfluss einer Community, die diesen besonderen Ort und seine wilden Tiere schützen möchte, die entscheidend zu seiner Identität beigetragen haben.

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Tres Horas, Máximo

Will Leith  /  19.02.2019  /  3 Min. Lesezeit  /  Trailrunning

Walker Ferguson laid low by a high-quality effort. Tuolumne Meadows, California. Photo: Jeff Johnson

El mapa mostraba una línea continua que contorneaba hasta el filo. Comenzamos a correr por esa línea y seguimos más allá de ella, hacia el espacio entre dos mundos. Algunas cintas naranjas colgaban de las ramas en los claros, marcando lo que podría haber sido el inicio de un sendero. Lo seguimos. Cuando un montículo de grava se nos apareció en el camino, sin huellas humanas y sin más cintas naranjas, decidimos seguir. Tal vez el camino era continuo solo en una corta distancia. Optimismo ciego, creo que se llama eso.

Cuarenta y ocho horas atrás estaba sentado en mi mesa de trabajo en The Forge, el centro de Investigación & Desarrollo Avanzado de Patagonia. A mis espaldas, las máquinas cantaban su hermosa canción en stop-motion, una amplia serie de pulsos ligeramente sincopados de agujas perforando y arrastres pasando tela. Seis pulgadas, alto. Seis pulgadas, alto. Amo estas máquinas. Mientras redactaba un correo, Walker, que dirige nuestro programa de evaluación de productos en terreno,  me dio unos golpecitos en el hombro para decir que tenía una travesía en mente, un circuito desde su casa hasta la reserva del río, un lugar en el que ambos hemos corrido cientos de veces. “Puede que haya que caminar un poco entre los matorrales”, dijo. “Pero deberían ser dos o tres horas en total”. Mi respuesta fue, “Seguro ¡cuenta conmigo!”.

Eso fue entonces. Ahora estoy gateando y rechinando los dientes mientras el denso follaje dibuja líneas rojas por todo mi cuerpo excepto mi estómago. Habían pasado cuatro horas cuando me arrastré fuera de las zarzas hacia una pequeña apertura en el filo e hice una pausa para recomponerme. Estoy a punto de quedarme sin agua, y el sorbo que tomo se seca a penas pasa por mi lengua. Miro el sol, luego mis manos. Estamos sin comida desde hace un buen rato. Nos paramos y caminamos un par de metros hasta que las zarzas nos obligan a volvernos cuadrúpedos nuevamente.

Durante el último kilómetro y medio caminando entre los matorrales seguimos el vago recuerdo de un sendero. No podemos correr, pero podemos caminar sin quedar ensangrentados por el malévolo follaje. El optimismo vuelve al cuerpo, y luego, al final de esta línea, la sección de zarzas más densas y crueles del día se yergue entre nosotros y el irregular final de este sendero cortado. Superan mi altura en más del doble, impenetrablemente densas hasta el suelo. Trepo adentro de esta maraña y quedo inmerso durante 12 oscuros y turbulentos metros. Y entonces, somos libres.

Ocho horas y media después de empezar a correr, salimos tambaleando de las zarzas hacia un vecindario y directo a la casa de un amigo que vivía cerca y donde una parrilla estaba encendiéndose. Los recipientes de fruta y salsas aún están cerrados, y la casa se ve limpia. Sin saber muy bien lo que hago, meto comida en mi boca mientras Walker cuenta la historia de nuestra corrida. Hacemos un esfuerzo por no ensangrentar ningún mueble. El chaparral comienza a retroceder lentamente en mi memoria, siendo reemplazado por la comprensión de que no importa cuán bien creas que conoces un lugar, a veces te recordará brutalmente lo mucho que aún tienes que aprender.

Esta historia apareció originalmente en el catálogo de Primavera 2018 de Patagonia

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